En el libro "Del inconveniente de haber nacido", E. Cioran, con evidente ironía, desdramatiza la muerte (acompañada de hechos tristes y penosos) tanto en cuanto ella es consecuencia irrebatible del nacimiento.
La afirmación de Ortega y Gasset (hace un siglo) “yo soy yo y mis circunstancias” evidencia que una persona no es un ente por sí mismo.
Y ante el suceso de la muerte es igual.
La desaparición de un ser humano conlleva dejar las “circunstancias” : el motivo de la defunción, pero, sobre todo, los familiares, amigos, casa, libros, decenas de objetos que formaron parte de nuestra vida.
Casi todo ello sigue existiendo.
Sea cual sea la religión que profesemos, incluso el agnosticismo, la muerte es el vacío y el silencio.
Personalmente, yo, en mi testamento vital, he elegido la cremación, ya que considero que en mis cenizas, algo eterno, permanecerá parte de mí y del contexto y modo en que se desarrolló mi vida.
No sé por qué, pero deseo que mi incineración sea siete días después de mi defunción.
A posteriori, seguro que mis seres queridos aciertan el destino de mis cenizas.